Me he dado cuenta que en los últimos años he sentido más miedo a estar viva de lo que he podido estar emocionada al respecto. Y, sin embargo, cada vez que me doy cuenta del miedo, cuando finalmente logro aceptarlo, por ejemplo, después de tres noches de no poder dormir, en esa ansiedad de pronto sucede casi como una revelación, en ese decir, “ok, esto está pasando, no estoy pudiendo dormir una vez más”, en ese reconocimiento me acepto viva. Ha sido extraño porque luego se abre todo un día para volver aceptar que no pude dormir, que mi energía es muy baja, que tengo poca capacidad de concentración, que sólo puedo moverme pero no puedo hacer muchas cosas más, que ya estoy aterrada por una noche más de insomnio, y que empiezo a buscar con cierta desesperación qué más puedo hacer para por fin poder dormir: a qué doctora voy a ver, qué nueva posibilidad voy a probar. Y así como han estado sucediendo mis días finalmente acepto que estoy viva. Quizá estoy demasiado viva —una noche tomé doble dosis de una pastilla y no pude dormir, sentí mi sistema nervioso a punto de explotar en cada punto de mi cuerpo, mi corazón implotándose, y aún así me tocó manejar por casi una hora y lo hice y no me estrellé…, y sigo sin creerlo. Porque claro que quiero vivir.
Una vez escuché lo absurdo que puede ser, cuando te detienes a pensarlo, el tener que ir a un doctor para que te informe qué es lo que está pasando en tu cuerpo. ¿Cómo es posible? Si se trata de tu cuerpo, que alguien más determine lo que está pasando dentro de ti. O tener que ir con una terapeuta y que la terapeuta te vaya sugiriendo lo que sea que probablemente está arrojando tu inconsciente hacia el exterior. ¿Cómo es que yo no lo puedo ver?
El fin de semana pasado me tocó vender miel en un evento de yoga, tengo varios meses apoyando con la venta de miel a una familia que se dedica a cosechar y vender miel desde hace cincuenta años. Durante años yo estuve al margen de cualquier interacción con otras personas, creí —con cierta obsesión— que entre más me encerraba en mí misma para poder escribir ciertos libros más rápido podía llegar concretar lo que veía que estaban logrando otras personas a mi alrededor, que era la publicación de un libro tras otro, y como resultado la posibilidad de dedicarme de lleno a la literatura.
En cierto caminos espirituales se habla de la ignorancia fundamental, del hecho de que nadie tengamos idea de lo que somos, que nadie podamos reconocer nuestra capacidad de amar. Que no sepamos lo que venimos a hacer, y luego la manera en la cual nos encarrilamos con ciertas actividades, o ideales de cómo creemos que puede ser nuestra vida, que apostemos hacia eso que se supone nos va a llevar a la libertad, y cómo es que muchas personas han llegado a tocar cierto tipo de éxito, o a generar grandes cantidades de dinero, o a realizar un viaje tras otro viaje tras otro, como un verdadero sentido de existencia.
La venta de miel me ha dado momentos de mayor contacto con el mundo. Las primeras veces que me paré en el puesto a vender me sentí hasta mareada, como si estuviera viviendo una dimensión tan densa como la textura del néctar de las flores que han transformado las abejas. Además, esa primera vez que estuve vendiendo miel llevaba muy poco tiempo viviendo en Guadalajara, y no salía mucho del espacio en donde me encontraba viviendo pues tenía muy poco dinero para experimentar la ciudad. De alguna manera, y hasta ese momento, mi vida había sido plana como las hojas de los libros que asiduamente leía, o como las hojas en donde escribía. Mi vida era una hoja escrita con una misma voz, la mía, en mi cabeza, susurrado, o hablando para sí misma, incluso cuando estaban las voces de otras personas. Mi voy no dejaba de opinar. Lo que me pasó, en este miedo a la vida, en esta serie de cambios que estaba intentando hacer —pero sin poder verdaderamente rendirme hacia la transformación— me ensimismé.
“¿Quieren probar la miel?”, fue la pregunta que hicimos ante las personas que pasaban curiosas frente al stand. Hubo un momento en donde se acercó, por un lado, una pareja que rondaba los sesenta y tantos años de edad y, por otro lado, una mujer elegante, rubia y guapa de más o menos la misma edad, de unos 70 años, y que también más o menos al mismo tiempo pidió probar la miel. La escalada de preguntas, una tras otra, por un lado la señora rubia, por otro lado, el hombre de la pareja, el acercamiento, la cruzada de miradas, las reacciones, todo aquello fue adquiriendo cierta cadencia que pudiera parecer un cierto coqueteo/competencia en versión “voy a seleccionar el mejor producto”, yo sentí que hubo atracción entre la señora rubia y el señor que iba acompañado de su esposa, una atracción disimulada, casi secreta, que cerró cuando el señor se decidió por una miel mantequilla de 600 gramos, y la señora por otra miel igual pero también una miel pequeña de azahar. Por un momento casi parecía que el señor iba a terminar comprando el bote para obsequiárselo a la señora rubia. Yo sentí que para acabar con la tentación, el hombre rápidamente tomó el bote, guardó el cambio y se alejó, y fue entonces que su esposa lo siguió.
Para mí estos últimos días, semanas, meses (ya han pasado meses) mi felicidad ha consistido en que lograr conciliar el sueño durante la noche. Si pude dormir, a la mañana siguiente significa que se abre un día con todo ese ánimo del mundo, como si recién llegara al mundo por primera vez, o como si me levantara de haber estado muerta durante un tiempo. Estoy en un proceso de disolución de tantas creencias que por tanto tiempo yo había sostenido, y me está costando el sueño, la salud mental, emocional y física. Me cuesta trabajo reconocerme.
“Me fascina la miel”, hubo varias personas que lo dijeron en este tono de éxtasis cuando se acercaron al stand. La abeja, la Apis mellifera, produce un tipo de miel que va de acuerdo con el néctar de la flor a la cual recurre, por eso cambia el sabor, la textura, el color y las propiedades de las mieles que puede haber, todo va a depender de la tierra, del clima y del árbol y supongo que hasta de la colmena. La miel que va a surgir de cada flor tiene que ver con las condiciones de ese momento en la naturaleza, y siempre va a ser distinta.
La maravilla de lo vivo es que siempre cambia.
“¿Cuál es tu motivación al momento de escribir?”, esta es una de las preguntas que hago cuando las personas se integran al taller que he estado impartiendo en donde combino ejercicios de escritura con movimientos del cuerpo. “¿Cuál es tu motivación al vivir?”, también pudiera ser la pregunta.
Creo que desde que empecé a escribir lo que a mí me motiva es seguir buscando en la escritura lo que no puedo terminar de abrazar en la experiencia de estar viva. Hay ciertas impresiones y escenas de las cuales no busco escribir porque se integran inmediatamente a mi cuerpo: la gran planta de lavanda que tiene la vecina en su jardinera, que es por donde paso para salir del residencial donde actualmente vivo, el atardecer de cualquier día, o el amanecer, recuerdo en este momento uno que se pintó primero de rayas rojas naranja brillantes y luego pasó a tonos de azul y gris cristalino, si lo escribo en este momento es por la dicha de revivirlo y no porque necesite entender algo de esa belleza. Esa belleza es lo natural, esa belleza es la revelación que sigo buscando debajo de toda mi ignorancia fundamental.
¿Cuál es tu motivación para estar viva o para estar vivo? Llegué a creer que mi motivación era escribir y solo eso. Hoy tengo nuevos pendientes, sigo en un ciudad que conozco poco aunque ya no tengo aquí poco tiempo, me gusta escribir, disfruto que pueda ser casi como ir al doctor o con la terapeuta en donde mi escritura me revele mucho más que lo que yo creía estaba dentro de mi cabeza y de mi cuerpo.
La maravilla de estar viva es que también puedes cambiar. Y puede ser lo más difícil porque se siente como la muerte, o como estar demasiado viva, como volver a nacer, como tener la piel abierta, como irte quedando sin cabeza, como sólo ser y estar y que esto sea suficiente. También ha sido un oasis encontrarme con lo que yo nunca hubiera creído posible, que el exterior, las otras personas, el mundo alrededor me está brindando toda esa esperanza que de pronto no encuentro en mí. No solamente la chamana que me ha esta guiando, mi familia, mi papá que me abrazó fuertemente cuando estaba aterrada por no poder dormir, mi mamá que hace lo posible por aceptar mi vulnerabilidad, mis amigas de toda la vida, una nueva amiga que me sirvió un té que me llevó al alma, un amigo que me escuchó berrear por el teléfono, otro amigo que me echa porras, una amiga que me apoyó con la medicina de mi gato, mis amigos de práctica energética. Y también en los trayectos de camión que últimamente han sido varios, también ahí me he sentido parte…, escuchando a la señora que me platicó del transplante de riñón que tuvo su hijo de 12 años, por ejemplo.
La maravilla de estar viva, repito, es que siempre tenemos la oportunidad de un cambio, y si en este momento me siento como muerta renaciendo, está bien, lo acepto, con todo mi corazón estoy tratando de encontrar el sabor a miel en todo esto.